En la figura adjunta, el corazón derecho (el pulmonar), recibe sangre no oxigenada (azul) que regresa del cuerpo para enviarla a los pulmones para su oxigenación. El corazón izquierdo (el sistémico), recibe sangre proveniente del pulmón ya oxigenada (rojo) y tiene que enviarla a todo el cuerpo para proporcionar el oxígeno y los nutrientes a los músculos y a los diferentes órganos.
¿Qué es la hipertensión pulmonar?
La presión normal en las arterias pulmonares (presión arterial pulmonar) es 20 mmHg (presión sistólica), 12-16 mmHg (presión diastólica) y 14-16 mmHg (presión media). En contraste, la presión normal en las arterias que van al cuerpo (presión arterial sistémica) es 120 mmHg la alta (sistólica), 80 mmHg la baja (diastólica) y 90-100 mmHg la media.
Se define como hipertensión pulmonar la situación circulatoria en que la presión media en las arterias pulmonares supera los 25 mmHg (medida en cateterismo, ya que por otros medios como el ecocardiograma, la medida es menos fiable) cuando lo normal no debería superar los 14-16 mmHg. Esta situación hipertensiva pulmonar es secundaria al engrosamiento de las paredes de las arterias pulmonares, que estrechan su luz dificultando el paso de la sangre a su través. Esta situación exige al corazón derecho un sobreesfuerzo para que la sangre pase a través de estas arterias pulmonares estrechas. El sobreesfuerzo mantenido del ventrículo derecho acaba agotando al corazón y, como consecuencia, aparecen síntomas de insuficiencia cardiaca derecha.
¿Cuáles son sus síntomas?
Es habitual que la hipertensión pulmonar no provoque síntoma alguno en las etapas iniciales. A medida que la enfermedad avanza y la función ventricular derecha se deteriora, aparecen los siguientes síntomas:
- Cansancio, fatiga o sensación de falta de aire al realizar ejercicio o actividad diaria.
- Mareos.
- Dolor o presión en el pecho.
- Arritmias.
Hinchazón de los tobillos, las piernas y el abdomen (edemas).